Moby Dick Rodillas Rotas

A veces cojeo levemente del lado izquierdo, eso me dijo alguien, no recuerdo quien, creo que mi vecino. Yo no lo había notado, ahora que lo sé tengo una imagen nadando frente a mis ojos internos donde me veo caminando como lo hacía mi abuelito, de frente al sol, de espaldas a las sombras, enorme, rompiendo la luz. Caminando lento ladeados hacia la izquierda, mi abuelo por el peso y la paz de los años vividos haciendo lo que deseaba hacer; yo, ladeada para evitar el dolor, clavo martillado in situ, de mi rodilla izquierda.

Nací para chingarme las rodillas estoy segura, o no, tal vez nací para correr y correr, pero esa cosa horrible definida como auto boicot me hizo poco mesurada, me hizo correr, correr y caerme un sin fin de veces, siempre de rodillas. Ahí va la rodilla a estrellarse al piso, antes que la mano, tal vez sabía que necesitaba cuidarme las manos porque con ellas  iba a pintar pájaros que no corren pero vuelan.

Imaginen a una pequeña niña flacucha de piernas largas y vestidos sancones, muy enojona y llena de pequeñas cicatrices. Esa era yo, hasta aquel día en que mamá me mandó por una Mirinda a la tienda, mamá era vanguardia en el cuidado del planeta sin saberlo, nos mandaba a la tienda con una jarra en la que el tendero vaciaba el refresco, nunca había botella en la mesa.

Muy bien por mamá, la cuestión era regresar con la jarra llena de refresco sin derramar nada en el camino, en esas estaba yo cuando el grupito de perros del vecino se me acercó, abusivos ante mi niñez desvalida y ante la jarra llena de Mirinda que debía cuidar como si fuera el Santo Niño de Atocha.

El más chaparro de los perros se me acercó vacilante, en el hocico casi rozando el suelo lleno de cascajo rojo, la mirada bil, la cola baja. Nunca confíen en alguien que baja la guardia a la vez que mira sin mirar. El maldito chaparro me husmeó las piernas y descubrió el miedo. Hijo de su perra madre, con eso tuvo el cabrón para soltarme una mordida en mi pie flaco. Traté de correr, de safarme, lo logré, el chaparro no alcanzó a hundir sus colmillos en mi, pero ese día me tocaba joderme. En la carrera por huir de la jauría, y no derramar la Mirinda de la comida, tropecé.

El miedo es una estrategia rara del cerebro humano, nos salva de una mordida pero nos invade tanto que casi puede cegar. Tropecé por miedo, trastabillé, la jarra roja de plástico grueso salió volando, vi el refresco naranja dibujar una ola en el aire, sentí el frío de la desesperanza estrellarse en mi espalda, había tirado el refresco para la comida. El refresco era una especie de premio en mi casa, un regalo pocas veces permitido por mamá y ahí estaba flotando en el cielo, apunto de tocar el piso. El desasosiego pesa un montón y duele, como la afilada  piedra de cascajo que estaba perforando mi rodilla izquierda en ese instante. La única piedra que parecía una daga, esa mera me clavé, me dolió tanto que casi vomito.

Mi hermana me encontró tirada en el piso llorando y con el pie bañado en una espesa sangre escarlata. Me levantó junto con la jarra vacía y me llevó a casa.

Me había super chingado la rodilla para toda la vida, la piedra había entrado hasta el hueso. Por una semana estuve bañándome con la pierna cubierta por una bolsa de plástico de pan bimbo integral y dependiendo de mamá al 100%, treinta años después volvería a esta escena, mamá bañándome después de que me partieran el cuerpo en dos para sacarme un tumor benigno como bebé. 

De la caída aquella me quedó una cicatriz queloide a la que le encontré utilidad, por fin podía solucionar mi horrible problema de confusión espacial entre izquierda y derecha, le pregunté a mamá cuál era la rodilla con la cicatriz, la izquierda, ahora cada que debía tomar un rumbo volteaba a ver mis rodillas y listo, decisión tomada. Cuando usaba pantalones sustituía la visión de la cicatriz por la sensación de dolor, me hacía consciente de él para saber a donde dirigirme y así lo volví mecánico e imperceptible, hasta que comencé a cojear, verbo transitivo que define la acción de andar desacompasadamente o con dificultad por daño, discapacidad o dolor en una extremidad, y la gente lo empezó a notar.

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