Bien habida

A mi Mamá, a Luciana:


Después de tanto buscarme en falsos espejos, ojos, cielos y charcos, terminé por convertirme en un monstruo forjado de retazos de lo que pensé debía ser.

Me edifiqué una casa con cada cosa que me gustaba. Recogí restos de aquí y de allá. Crucé espacios y tiempos para tomar brillos que no eran míos. Un collage ermitaño, un Frankenstein camuflado. Pero no me quedaba, no me ajustaba, me sobraban cosas, mi cuerpo se volvió un lastre ajeno que me condené a cargar.

La libertad no tiene cuota me dijo un pájaro, la dignidad no cotiza en el mercado. El respeto es un límite vital. Ese pájaro gigante me quitó a picotazos adjetivos y vergüenzas.

Como leprosa comencé a perder aquella piel muerta que traía encima, y tuve miedo y lloré, y tuve frío, y sentí el aire, y de tanto olvido no sabía respirar en la libertad, y me ahogué, me enterré en las entrañas de mi madre, porque me duele el mundo.

Pero el aire no dejaba de llamarme, así que giré, y con el cuerpo apretado dije adiós. Solté los pesos, no pensé y salté. Salté al aire y este me atravesó, respiró el mundo a través de mi, respiré yo. Ahora estoy descarnada, tan transparente que soy el universo mismo, con tormentas y meteoros, con lados ocultos y soles.

Soy la mujer que por fin pudo ser



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