El hijo de Jhun


El hijo de Jhun
Por Marcia Donato
A Jhun y a Gaby con cariño


Alto, pálido y flaco, así era Jhun, su verdadero nombre: Santos Jonathan. Algunas mujeres opinaban que era bien parecido, lo era.
 Jhun, tímido al hablar en público, tartamudeaba y sus palabras no eran simples: denotaban bibliotecas devoradas, gustaba del fut y del rock. A mí me gustaban sus pómulos marcados, su barba afilada, sus ojos rasgados, la boca pequeña, la sonrisa para adentro y el sonido "ak" aspirando Jhun al reír.

          Íbamos juntos en la prepa, yo le hablé primero, fue para preguntarle si tenía ascendencia japonesa, sus ojos rasgados, tan negros, el apellido raro, me hacían pensar en ese origen. No, era de ascendencia y apellido purépecha; Tzintzún: colibrí. Su piel se erizaba al hablar del ave: colibrí. Éramos vecinos. Empezó la amistad. Tan buenos amigos: "Nel", no quiero ir, vete sola; "tengo hueva".

      Jhun tenía particularidades: dolor de estómago si había flores cerca, dolor de cabeza si consumía huevo. Uno terminaba acostumbrándose.

      Se vinieron las vacaciones de invierno. Jhun se fue para su pueblo en Michoacán; yo para el mío en San Luis Potosí. Nos vimos para mi cumpleaños, era 18 días más joven que yo. Lucía más pálido que de costumbre, terroso, cenizo, así regresó de las tierras de los hombres colibríes. Se retorció ante el arreglo floral, regalo de mi novio, pensé: éste y sus alergias. Las flores al patio.

 Pasó un día saliendo de clases: caminábamos por el parque "La ballenita"; jugueteando, tiré a Jhun al pasto, arrojándome sobre él con todo el peso de mi obesidad. Jhun se tornó rojo. Reíamos y gruñíamos en la batalla. Su estómago se contraía de la risa, con más frecuencia cada minuto; dejó de ser gracioso, su cara tensa, sudorosa, los ojos cerrados. "Quítate", dijo. Me quité; Jhun se revolcaba dolorido. Se levantó la playera para oprimirse el abdomen como deteniendo algo dentro de sí.
       
   Sangre, comenzó a salir sangre del ombligo de Jhun. Algo negro, afilado, hurgaba desde su interior, rompiéndole la piel, rasgando las entrañas: Apareció entonces la garra, en auxilio del pico, abriendo más.

  Jhun no tenía ya vientre; un arcoíris brillante lo invadía. Una perla negra me miraba. Surgió un ala, enorme, hermosa, multicolor, iluminada; luego la otra. Un graznido: el hijo de Jhun giró la cabeza hacia la cara paterna. Con suavidad, volvió su mirada; piso los restos de Jhun para impulsar el despegue, me dijo: "ak, ak, ak" y voló.

Fin

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