Cristóbal Cruz


Por Miss Blue

Bang bang bang. Juan Cruz tirado en el suelo. María del Refugio Blanco arrojaba la pistola al piso de tierra, cubriéndose la cara con las temblorosas manos, piensa en el niño, lo siente, debe dormir, no hay testigos.

Ñaaaaaa. Cristóbal Cruz Blanco llega al mundo, el cuerpo médico del reclusorio femenil lo entregó a María del Refugio. Al año se lo llevo su abuela, Estela Noche de Blanco, fue ella quien le explico a Cristóbal, cuando tuvo edad, que su madre estaba pagando un asesinato que cometió para evitar otro, el de Cristóbal.

Según Doña Estelita Noche de Blanco, una tarde de invierno María del Refugio Blanco, fue a casa de José Cristóbal Cruz Díaz, el hombre del que estaba enamorada, pero no iba a buscarlo a él, sino al hermano mayor: Juan Cruz, admirador obstinado de María del Refugio Blanco desde hace ya cinco años, Juan Cruz tenía la cara cortada, era malo desde chiquillo decían las señoras, y lo era. María del Refugio lo sabía bien, porque noches antes se había metido a su cuarto y había tratado de abusar de ella, y lo había logrado. El desgraciado se había reído sonoramente cuando ella chillaba que estaba embarazada de su hermano, no le importo, siguió y se largo dejándola inconsciente de tanto golpe.

Pepe Cruz había venido al rancho para la feria, ella era la Reyna aquel año, el hijo era de él, lo habían concebido tres meses atrás. Ahora el tío de su hijo la había violado, había que matarlo, cuquita cogió la pistola de su padre y se fue a buscarlo y bang bang bang, veinte años a la cárcel, Pepe Cruz murió a los quince de la condena, Cristóbal Cruz se quedo huérfano a los quince años.

Los abuelos paternos de Cristóbal Cruz no querían del todo al nieto, por el habían perdido un hijo, el malo, y presumían que Pepe Cruz, el bueno, había muerto por culpa de María del Refugio, de tristeza, así que el nieto ni por donde quererlo, pero aun así a la muerte de Pepe Cruz lo mandaron a estudiar a buena escuela, luego la Universidad a la capital, lo traían en vacaciones, hasta que un día María del Refugio Blanco, ya libre, le lloró tanto que Cristóbal Cruz no volvió jamás a la universidad, pero si a la capital, cargo con abuela y madre.

Cristóbal Cruz debía ser bueno, era hijo de buenos. Trataba de serlo, trabajaba en lo que podía, a los veinticinco años era un hombre bien parecido, alto, ojo tapatío, con mucho porte, no tenia facha de mesero, se lo dijeron muchos clientes en el bar, hasta que Cristóbal Cruz se animo a pedirle trabajo a Darío Hernández, amigo suyo, evidentemente cliente del bar, Cristóbal Cruz le había hecho bastantes servicios fuera de las obligaciones que le competen a un mesero, Darío Hernández le tenía estima y le dio trabajo, chofer, mensajero, asistente, mano derecha, en cuatro años Cristóbal Cruz era ya bien conocido en el mundo de las relaciones publicas, “Despacho Darío Hernández Agencia de Publicidad de Alto Nivel”, eso decían las tarjetas.

Flash Flash. Las cámaras retrataban a Cristóbal Cruz a la entrada del lugar, Darío Hernández dejaba ir a su creación, estaba orgulloso, en el coctel se festejaba la apertura de un nuevo negocio, una agencia de modelos, de alto nivel, donde ambos eran socios, Cristóbal Cruz a la cabeza.

El negocio iba bien, eso de “alto nivel” exigía calidad y Cristóbal Cruz estaba acostumbrado a ello desde que trabajaba con Darío Hernández, había que buscar mujeres hermosas y Cristóbal Cruz sabía cómo y dónde, el no creía en las leyendas, él las hacía, su primer estrella había sido Elvira Negro, una paisana que su abuela Doña Estela Noche de Blanco le había conseguido durante una visita a su tierra, Jalisco era siempre un lugar confiable para las mujeres bellas. Era Elvira Negro una belleza con un metro setenta y ocho centímetros de estatura, blanca, cabellera abundante en tono azabache y ojos almendrados, hogar de dos enormes perlas negras. En un año Elvira Negro había logrado construir una carrera exitosa, luego, se caso con un senador, seguía siendo una carrera exitosa de la que Cristóbal Cruz obtenía beneficios, se alegraba de siempre haberla tratado bien, ahora Elvirita Noche y su marido Senador eran otro adorno en el traje de Cristóbal Cruz.

El mercado se expandió, las exigencias subieron de tono, las ganancias subieron también, había que buscar mujeres con belleza y exoticidad, ahora se necesitaba gama, morenas, negras, asiáticas, europeas, rusas. Rusas, si bien eran un producto solicitado para las pasarelas y portadas de revistas, lo que en realidad impulsaba la búsqueda de rusas, era la demanda hecha por hombres poderosos que las requerían como damas de compañía, y para eso también estaba la agencia de Cristóbal Cruz, protegido por sus amistades en el poder, podía ofrecer el servicio de alto nivel que se requiriese, además estos servicios eran más redituables.

Las rusas eran baratas, en relación a la ganancia que significaban, ellas estaban ansiosas por salir de su país y aquí estaba Cristóbal Cruz ansioso de hacerles el favor de traerlas y conseguirles un trabajo decente, a un bajo costo. Solo requirió un par de viajes a Rusia, contactos ya presentados por Darío Hernández, la protección del marido de Elvira Negro, visitas a pueblos específicos, dejar un representante de su agencia en aquellas heladas tierras, y conseguir un transporte discreto para las señoritas.

Para esto Cristóbal Cruz se monto una falsa agencia de viajes filial de su agencia de modas, y se arreglo en personalmente con el director de una línea de cruceros turísticos españoles, y el negocio quedo arreglado, dos veces al año llegarían entregas a playa del Carmen, turistas rusas en busca del cálido sol, desembarcadas de noche, el mismo capitán siempre, por seguridad.

En Junio y Diciembre Cristóbal Cruz viajaba a Playa del Carmen a pasarse una semana en negocios, había montado un bar de alto nivel, se la pasaba muy bien y regresaba siempre con buena mercancía. Así trabajo Cristóbal Cruz por tres años.

Flip, flap. Y Lorenzo Nadal, capitán en jefe del crucero español “María Isabel”, se doblaba por la cintura, echando sangre por la boca, se torno mas blanco y los ojos se le fueron hacia atrás, luego, cayó en la arena, a los pies de Cristóbal Cruz.

Cristóbal Cruz miro sin tiempo a Darío Hernández, paseaba su mirada entre el cuchillo empuñado y los ojos. Darío Hernández estaba congelado, no dejaba de mirar a Lorenzo Nadal, el gesto de ira se había transformado en una máscara de confusión, de su boca no salía ninguna palabra, era como si se hubiera vaciado minutos antes, cuando le gritaba a Lorenzo Nadal que era un hijo de su pinche madre, que aquel hombre era suyo y de nadie más, cuando le interrogaba acerca del tiempo, de las veces, de las maneras y modos. En el pecho de Darío Hernández ya no había rabia, se le había escapado por el cuchillo al traspasar la piel de Lorenzo Nadal, el puto español con quien Cristóbal Cruz lo engañaba desde hace quien sabe cuánto tiempo, tampoco había corazón, se le había secado a Darío Hernández cuando los miro besándose, sentados frente al mar, bajo la luna de fin de año.

El instinto de Cristóbal Cruz le indico que lo que continuaba era su muerte, intento tomar el cuchillo de manos de Darío Hernández, éste, con una mirada llena de reproche y dolor, endureció la mano, llevándola, aun con la mano de Cristóbal Cruz sobre la suya, a su estómago.

Para Darío Hernández fue solo sentir tibieza en el vientre y luego nada. Cristóbal Cruz soltó el cuchillo un instante, y luego lo saco, pensó en matarse el también, lo pensó y se quedó pensando quien sabe cuánto tiempo. Amaneció.

Fin

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