Cristóbal Cruz



Por Marcia Martínez Sánchez

La historia era un mito en el pueblo, María del Refugio Blanco había matado a Juan Cruz, hermano de su novio. Dicen que lo mató por que la había violado, que se había metido una noche a su casa, aprovechando que la mamá estaba fuera atendiendo una parturienta, dicen que el tal Juan Cruz era malo, de esos que nacen malos, porque además de violarla le metió una golpiza a la pobre, como de hombre a hombre.

La metieron a la cárcel y le dieron veinte años de encierro, tuvo al niño ya encarcelada, solo se lo dejaron un año, luego su madre Estela Noche de Blanco, fue a recoger al bebé y el padre, un tal Pepe Cruz, hermano del asesinado, registro al niño y se hizo cargo de él, junto con la abuela materna. La familia Cruz desconoció a Pepe y al nieto, no podían olvidar la muerte del tal Juan Cruz, el malo, que dicen todavía se aparece por el pueblo.

Yo conocí a Cristóbal Cruz en la primaria, íbamos en grupos diferentes, no nos hablábamos, pero si lo conocí, luego en la secundaría nos toco juntos, éramos buenos amigos, a mí me gustaba Cristóbal, pero ni decirlo, él era una leyenda viva en ese pueblo, él y toda su familia, los domingos no iba a misa, se iba a la cabecera municipal y hacía fila en el cereso para ver a su mamá.

Y fue más leyenda cuando al cumplir quince años, saliendo de la secundaría, se murió se papá. Pobre Cristóbal Cruz, se volvió más raro, y a mí me gusto más.

Sus abuelos paternos al ver que el nieto quedaba casi huérfano, soltaron unas monedas a la abuela materna para que lo mandara a una escuela decente, durante aquella época casi no hable con Cristóbal Cruz, andaba lejano todo el tiempo, pero lo seguía con los ojos.

Llego la hora de ir a la universidad, y sus abuelos paternos decidieron que se fuera a la capital, allá se fue Cristóbal Cruz, venia cada que había vacaciones, y Yo lo miraba pasearse, cuando me veía me saludaba distraído.

Un día mi madre me dijo que había visto a Estela Noche de Blanco sentada fuera de la central camionera, ese día salió libre María del Refugio Blanco, la leyenda del pueblo, la mujer violada que había matado a su agresor, todas queríamos verla, nos asomamos por puertas y ventanas, un par de horas y las dos mujeres aparecieron al centro de la calle, María del Refugio Blanco era una mujer guapa, mi madre aseguro que lo había sido siempre, que había sido su amiga, animada mamá grito por la ventana el nombre María del Refugio Blanco, esta, volteo y le saludo, sus ojos negros tapatíos brillaban, le iluminaban el rostro.

Todo ese mes fue de expectación ante la mujer de la leyenda, la familia Cruz se encerró y no hablaba con nadie, eran los padres del malo y del bueno.

Cuando Cristóbal Cruz regreso en vacaciones pudo encontrar libre a su madre, quien sabe que paso cuando se encontraron, pero Cristóbal Cruz decidió no volver jamás a la universidad. Se fueron los tres a la capital.

Su abuela venía cada año a la fiesta del pueblo, era amiga de mi mamá, nos platicaba de su vida en la ciudad, así supe que Cristóbal Cruz trabajaba en lo que podía, que era un buen hijo y nieto, que estaba cada día más guapo, a su abuela yo le gustaba para su nieto, a mí me gustaba la idea.

Cristóbal Cruz, en boca de su abuela, se tornaba cada día más exitoso, había conseguido un buen empleo y tenia estabilidad desde hace tiempo, por aquellas fechas fui nombrada Elvira Primera, Reyna de las fiestas patronales en el pueblo, para la abuela de Cristóbal Cruz y para mi, se volvió un reto convencer a mi madre de dejarme ir de visita a casa de doña Estela Noche De Blanco.

Lo conseguimos un par de años después, mi madre me dejo ir con Doña Estela Noche, lo había decidido cuando le platicó que Cristóbal Cruz había abierto su propio negocio, una agencia de modelos de alto nivel, mi madre pensaba en que ahora si convenía enamorar a Cristóbal Cruz y me mando a la capital.

Cuándo Cristóbal Cruz me vio, no lo pensó y me ofreció ser la modelo estrella de su nueva agencia, acepte emocionada mas por estar cerca de Cristóbal Cruz que por ser modelo, apenas hubo oportunidad me presento a Darío Hernández, socio y amigo de Cristóbal Cruz. Darío Hernández apoyo la idea de volverme la estrella de la agencia, resalto mi belleza tapatía, mi estatura de un metro setenta y ocho, mi delgadez, la blancura de mi piel en contraste con la larga cabellera azabache, pero más que nada mis ojos almendrados y con dos perlas negras al centro, en sus palabras. Entre ambos socios y amigos existía una excelente relación con tintes paternales por parte de Darío Hernández.

En un año Yo, Elvira Negro, logré construir una carrera exitosa para mí y la agencia de Cristóbal Cruz, decepcionada por no tener atención amorosa por parte de Cristóbal sostuve varias relaciones sentimentales, la última con un guapo Senador, con quien meses después me case.

Mi marido se volvió también amigo de Cristóbal Cruz, establecieron negocios juntos, sabía qué clase de negocios, pero me mantenía al margen, ya no estaba enamorada de Cristóbal Cruz pero si de mi adinerado Senador.

Los negocios que tenían mi marido y Cristóbal Cruz estaban basados en la búsqueda de mujeres con belleza y exoticidad, gama, morenas, negras, asiáticas, europeas, rusas.

Las rusas, eran un producto solicitado para las pasarelas y portadas de revistas, pero era mayor la demanda hecha por hombres poderosos, las requerían como damas de compañía, para eso también estaba la agencia de Cristóbal Cruz, protegido por las influencias de mi marido.

Las rusas eran baratas, en relación a la ganancia que significaban, ellas estaban ansiosas por salir de su país y aquí estaba Cristóbal Cruz ansioso de hacerles el favor de traerlas y conseguirles un trabajo decente, a un bajo costo. Solo requirió un par de viajes a Rusia, contactos ya presentados por Darío Hernández, la protección de mi marido, visitas a pueblos específicos, dejar un representante de su agencia en aquellas heladas tierras, y conseguir un transporte discreto para las señoritas.

Se por mi marido que Cristóbal Cruz se arreglo en persona con el director de una línea de cruceros turísticos españoles, y el negocio quedo arreglado, dos veces al año llegarían entregas a Playa del Carmen, turistas rusas en busca del cálido sol, desembarcadas de noche. Así trabajo Cristóbal Cruz por tres años.

Cristóbal Cruz había montado un bar exclusivo en Playa del Carmen y nos invito a recibir el año nuevo en una gran fiesta que había preparado en su negocio, mi marido y Yo, aceptamos, viajamos junto con Cristóbal Cruz y nos hospedamos en el mismo hotel. Darío Hernández llego días después, por más que trato, no consiguió habitación en nuestro hotel, no tenia reservación, parece que Cristóbal Cruz no lo esperaba, no le pudimos avisar pues estaba en altamar recibiendo una carga de rusas en el crucero español, Darío Hernández desapareció indignado.

Lorenzo Nadal, capitán en jefe del crucero español “María Isabel”, llego a la fiesta de fin de año, iba con traje de gala, era un hombre atractivo, joven, como de unos 32 años, me pareció agradable y elegante, cuando Cristóbal Cruz lo encontró en la fiesta se dieron un fuerte abrazo y continuaron juntos hasta que los perdí de vista, iban rodeados de chicas, pensé que los dos eran amigos y compartían esa manera de vivir, de fiesta y con muchas mujeres, sin pareja estable, no los volví a ver esa noche.

El primer día del nuevo año, a las ocho de la mañana sonaba el celular de mi esposo, era por Cristóbal Cruz, de la policía, estaba detenido, lo habían encontrado en la playa con cuchillo en mano ante dos cadáveres, uno era un capitán español, el otro un viejo. Los dos cadáveres eran de Lorenzo Nadal y Darío Hernández, Cristóbal Cruz había dado el número para que nos llamaran y le ayudáramos.

Mi marido movió todos los hilos pendientes de sus manos, Cristóbal Cruz salió bajo fianza, lo mire destrozado, en aquel momento pensé que estaba así por el crimen que había cometido, quise preguntarle las razones, si era culpable o no, no tuve valor, lo vi tan raro como cuando en la primaria, ahora ya no me gustaba, me daba lástima. Sé que a mi marido le conto la verdad, lo sé porque cuando salió del cuarto de Cristóbal Cruz me tomo de la cintura y me dijo que la cosa estaba muy cabrona, que se acusaba de matar a Darío Hernández.

Después, cuando lo acompañamos al ministerio público a reconocer el cuerpo de Lorenzo Nadal, pues era el único que lo conocía, lo vi romperse ante el cuerpo de aquel capitán, lo vi llorar y gritar, lo vi jalarse el cabello, caerse de dolor, lo oí susurrar: mi amor, y comprendí todo.

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