Miedo ¿cielo gris ó cielo despejado?



El miedo es una emoción, un instinto natural que busca preservar nuestra vida, es un disparador que nos pone en alerta, debemos cuidarnos, esa es la instrucción  cuando sentimos miedo. El estado de seguridad se ha alterado por algún factor externo que tiene repercusiones internas. 
Cualquier amenaza o afrenta que sitúe nuestra vida en un riesgo, es un detonante del miedo. Montaigne la llama una pasión extraña capaz de trastornar el juicio. Hay niveles de miedo, desde la timidez hasta el pánico, estos niveles dependen del poder que el objeto de miedo tiene sobre nuestro interior, del grado de inseguridad que nos provoca. El mas grande y constante miedo es a morir, lo manifestamos en nuestra reacción ante un tropiezo al caminar: “¡Me mato!”,  ante una enfermedad ó una amenaza directa contra nuestra vida. 
Las reacciones humanas ante esos detonantes del miedo son tan variables y sorprendentes que ya bien decía Montaigne, son capaces de nublar el juicio del mas sabio. A lo largo de nuestra vida nos vamos preparando para enfrentar el miedo, vamos encarando pequeñas batallas, derrocando pequeños miedos, esto nos otorga seguridad, pues hemos sobrevivido, entonces nos retamos día a día para ver hasta donde somos capaces de llegar y triunfar ante el miedo mismo. Es por esta necesidad de sabernos capaces que nos llama tanto la atención el peligro, la aventura, lo prohibido, necesitamos demostrarnos día con día que estamos mejor y cada vez preparados para enfrentar y superar las dificultades que ponen en riesgo nuestra estabilidad y nuestra vida misma. Este avance en el campo de batalla se traduce en madurez y sabiduría, pues si llegamos al final de la vida fue porque tuvimos la fuerza e inteligencia necesaria para salir avante de cada riesgo vivido, esta certidumbre nos consolida, nos da valor como individuos y fortalece también nuestro rol social. 
Del otro lado están los temerosos, todos tenemos miedo, unos lo enfrentan, otros le sacan la vuelta, lo evitan pero lo mantienen. Es así que en cada año de vida cargan mas miedos, pues no superan ninguno de ellos, son los miedos sus compañeros de toda la vida, es un método de supervivencia, sin embargo se corre el riesgo de vivir bajo las sombras y nunca ver la luz del sol por miedo a quemarse con ella. Es esa una vida que ha persistido pero no ha florecido, un desperdicio de camino.
El miedo puede hacernos correr, huir, quedar paralizados, desmayar, llorar, orinar, trastornar la mente, puede hasta matarnos. Tiene tanto poder esta pasión sobre nuestro cuerpo que puede impulsarnos, llenarnos de valor, sembrar una necesidad emergente de salir de la situación, puede activar en sincronía nuestro cuerpo y razón. ¿De que depende?, no lo sé, tal vez tenga que ver el como nos educan ante las situaciones de miedo, del como afrontan los demás el miedo ante nuestros ojos. Tal vez este relacionado con poseer un instinto de supervivencia mas afortunado que el de otros. 
Para tener una vida de disfrute, considero fundamental afrontar las pequeñas batallas que desde la infancia se presenten, nuestros padres o mentores tienen un rol trascendental en el desempeño que tengamos ante el miedo, pueden infundir valor o pánico, ambos nos marcaran de por vida. 

Pienso en las madres que temen a los ratones y enseñan a sus hijos ese miedo, ó los padres que temen a las alturas y evitan a toda costa que sus hijos suban a la rueda de la fortuna. Por otro lado están los padres que enfrentaron esas batallas de infancia y ahora educan hijos que saltan felices de un paracaídas ó tocan un ratón sin miedo alguno, estos niños ven con naturalidad las precauciones que deben tomar para no lastimarse, sin dejar de disfrutar la aventura que significa dar un paso mas en esta larga batalla que es vivir. 

La satisfacción de vencer un miedo fortalece, da felicidad , pues te sabes capaz.



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