Avendia 41 Cap. II

Capítulo
II

No sé si quitarme el saco, brilla de tan desgastado, pero la camisa no me queda bien. 
Espero que la corbata disimule un poco el cuello sin cerrar, de los hombros es muy notorio, los puños están deshilachados. 
¿Y si me ganan los nervios y comienzo a sudar? Sería horrible que manchara la camisa de sudor, se notaría. Mejor me quedo con el saco y me aguanto el calor. 


El pantalón también brilla. Si me dan el trabajo lo primero que haré será comprar un traje nuevo. Sólo tengo un par de zapatos, tendrán que ser suficientes, espero  no sean exigentes con la buena presentación. Los demás en la sala lucen mejor pinta. Ese chico seguro pasó a la peluquería hace unos días, seguro sus padres lo mantienen. El reloj del señor a mi izquierda podría iluminar toda mi casa; debo ser optimista, soy bueno con los reportes. Ojalá nos hagan un examen, esa sería la forma justa de competir con el resto.


Ya salió el primero, no tardó mucho, parece nervioso, su sonrisa no se ve natural, besa a la secretaria al despedirse, como si se conocieran, que confianza. Necesito un dulce, sólo tengo un chicle, eso no se vería bien en la entrevista; las recepcionistas suelen tener en sus bolsas una confitería completa. No sé qué turno  tengo, a todos nos citaron a la misma hora; estas salas de espera siempre huelen raro; ¿quién puede necesitar trabajo con un reloj de ese tamaño?; la recepcionista no se ve amable, espero que me regale un dulce; el segundo ya tardó más que el primero, tenía un buen traje, sin brillo, ¿y si eso es todo lo que importa? los trajes a la medida, a la mediana medida o trajes de flaco en cuerpo de obeso, o trajes de joven en cuerpo de viejo, trajes de hace 10 años.


Mejor me voy y me ahorro la vergüenza, Pero sí necesito el trabajo; me da pena pedirle el dulce; el segundo no ha salido y aun hay cinco más; ¿seré el tercero? ¿el octavo? Mejor le pregunto a la señorita si hay una lista. Si hay bastantes delante de mi saldré a buscar una tienda, me compro una paleta aunque me gaste lo del pasaje para el camión, además el metro no está lejos, así no  pido el dulce. Ya salió el segundo, se ve muy contento ¿lo habrán elegido? ¿porqué no me dieron la oportunidad de probarme con él? ¡Yo lo haría mejor!…


Llamaron al tercero; tal vez aún no eligen… 


¡Un dulce! ¡Dios bendiga a los caramelos olvidados en las bolsas de los trajes viejos! De anís, está bien. Diré: buenas tardes. Una brisa fresca con aroma anís llegara entonces al entrevistador y pensara: ¡Qué bien!, tal vez me dirá: ¿No tiene un caramelo de anís que me regale? Sabe, mi abuelo siempre me compraba esos caramelos... Yo diré: ¡Oh, lo lamento, solo tenía uno! Y me sentiré en confianza, podré decir que también yo tenía un abuelo que obsequiaba caramelos (es una gran mentira), me pondré cómodo en la silla, se notará mi seguridad, una sonrisa iluminada como atardecer en Acapulco y el empleo será mío: Muchas gracias por permitirse venir a la entrevista señor Ramirez, la empresa “tal por cual” necesita de gente como usted, será un honor tenerlo entre nuestras filas nos sentimos muy afortunados...


¡Señor Ramirez! ¡Pasé por favor! ...


La recepcionista me llama. El tercero ha salido, gotitas de sudor adornan su cabeza rasurada, agradece a todo mundo, dice a la recepcionista que espera verla pronto. De reojo lo miro salir, lleva el pantalón negro remendado con hilo azul. Es mi turno, allá voy, me trago el dulce.

Un ventilador empolvado me recibe, el aroma a perfume barato ataca mis sentidos, estornudo.

¡Salud!...


Es la entrevistadora,  mujer despeinada. Luce una blusa blanca con manchas juguetonas bajo los brazos, el tono de su boca es de un rosa escándalo. Se levanta, una falda demasiado corta demasiado arrugada, sus piernas atrapadas en una red parecen pavo ahumado de navidad. Me parece que el tiempo pasa demasiado lento, igual a una tarde dentro del metro. Noto el peso de su pecho al dejarse caer sobre la silla, el pestañeo suave, seguido siempre de un leve realce en las comisuras de la boca. La boca volviéndose un par de labios, los dientes amarillos, el tufo a cigarrillo:

¿Cuál es su nombre? Ah si... Javier Ramírez 

Alguien más responde por mí, Javier en piloto automático, mi álter ego sosteniendo una entrevista. Yo, Javier sin álter ego, estoy perdido en la lengua suave que a cada palabra toca los dientes de la mujer, se asoma un poco, se retrae. El sabor del caramelo de anís me sube a la cabeza, juro que esa lengua no debe saber a tabaco, esa lengua es de puro anís.

Mi alter ego contesta: Si señorita, podría empezar desde el lunes.

En la seguridad de mis pensamientos le digo: podría empezar ahora mismo, si usted lo requiere, es más si me deja le puedo mostrar lo que soy capaz de hacerle, bueno, al trabajo, no crea que a usted.

- ¿Francisco?

- Javier

- Si, disculpa.  Quiero que sepas que no soy quién decide, obtengo un informe preliminar que envío a los interesados. Por lo que de ser seleccionado señor Ramírez, nos comunicaremos con usted.

- ¿No sabré hoy si me emplearán o no? Señorita, yo, yo necesito mucho este trabajo, me gustaría que me diera hoy una respuesta ¿o es que he sido descartado y no tiene el valor de decirlo? ¿Podría ser honesta conmigo? No, no pretendo importunarla… Lo cierto es que el empleo me hace falta por el salario además es una actividad que me gusta desarrollar. Sabe, yo podría emplearme en otras labores pero es que a esto le tengo un gusto especial.

- ¿En verdad le agradan los reportes estadísticos?

- Si

Me mira fijamente de arriba abajo, tres veces.  Su pecho se tensa cuando apoya las manos sobre el escritorio, la leve  inclinación hacia el frente estrella su aroma en mi cara. Se ha puesto de pie. Sale por la puerta.

Dudo entre esperarla, salir tras de ella o salir derecho a la calle. Una cascada de sudor comienza a caer por el abismo de mi frente, me inunda los ojos, la nariz, llegará a mi boca… Mis ojos buscan quien sabe qué cosa, tal vez la respuesta, entre el desorden del escritorio y la encuentran: pañuelos de papel. Suaves, blancos y secos pañuelos que desprenden un aroma a manzanilla. ¿Sera un atrevimiento tomar uno? ¡No!  Mi mano se alarga y arranca un pétalo de aquella falsa flor de manzanilla. Ella entra.

-Disculpa, tomé un pañuelo…

- Los que quieras, huelen a  manzanilla… Seré sincera señor Ramírez, todo el que viene necesita el empleo por el salario, sea lógico.  Ahora bien, usted es el primero que viene a decirme que siente gusto por desarrollar esta actividad. No le creo.  Pero me agrada esa posibilidad, así que la probaremos. Te repito que lamentablemente no está en mis manos decidir  si eres apto o no para el trabajo. Pero, siempre hay un pero, puede ser positivo o negativo, esta vez es positivo.


En ese leve instante que su sonrisa amarilla adorna la oficina no hay nada que importe más, ni siquiera el botón que se ha saltado de su blusa dejando al aire un par de curvas que me habrían hecho perder el control si su sonrisa no existiera enmarcada en ese delicioso borde rosa escándalo que había sido retocado hace poco, a mí no me engaña.


- Javier, dime, si consigues el empleo ¿podrás sostener esto que has dicho? ¿Eso de que te matan los reportes estadísticos?

- ¡Lo firmo señorita! Si consideran que no es así no aceptaré la paga, y podrá retirarme del trabajo sin miramientos… Y si usted lo considera… Podría aceptar cualquier otra consecuencia que usted decida en este momento.

- ¡Muy bien! Te espero hoy mismo a las cinco de la tarde, vas a probar tu amor a los reportes estadísticos…Una cosa más Javier. No sería mala idea que para esa hora no usaras saco, hace mucho calor, y trae otra camisa, una que te ajuste bien, sin corbata para que estés cómodo.


A todo digo que sí, me pongo de pie, ella también, no veo nada más que una sonrisa tan sólida que no se distinguen los dientes, le doy la mano sudada, la suya también suda, aún más que la mía.

- Soy Mariana Rocha, preguntas por mí cuando vuelvas y se puntual.

- ¡Gracias! Aquí estaré puntual Mariana Rocha…Señorita Rocha…


Salgo a tropezones como si hubiera recuperado la movilidad de las piernas después de una tortura de quietud. Me lanzo sobre la puerta de salida, le doy un adiós ciego a la secretaria, nadie más me importa, todos son ridículas estatuas pigmeas que clavan sus ojillos vacíos en mí y me odian. 

- ¡No use mezclilla señor Ramirez!

Es Mariana Rocha plantada a mitad de la sala de espera, gritándome ante la multitud de candidatos.

- ¡No! 

Mi mano le dice adiós a Mariana, a la señorita Rocha, a sus medias de red, a las  piernas carnosas a su olor de mal gusto, a la boca y a su sonrisa: ¡adiós!

Bajo el sol de la calle comienzo a reír y a reír, por fin  la oportunidad esperada. Corro impulsado por la felicidad que da una esperanza. Corro, corro… Un golpe en mis apuradas piernas, un perro que se ha atravesado, salgo volando, aterrizo lejos, casi en la esquina de la 41, me arde y me sangra la piel de la pierna.

- ¡Mis pantalones!

El perro negro sigue su camino, ni quiera se detiene lastimado por el golpe y yo, con un enorme agujero por el que parece escurrirse toda posibilidad.











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