Mentes Suspicaces

Nací hace 33 años. Me gusta Elvis Presley, también me gusta tomar agua fría aunque me duelan los dientes; andar descalza y en calzones mientras bailo al ritmo de Suspicius minds es la mejor imagen que poseo de mi misma. 

Tengo edad para ser madre de al menos un niño de kínder, esposa o ejecutiva exitosa, en lugar de eso soy una quien-sabe-que-cosa que se niega a ser una doña e insiste en perseguir sus sueños guajiros como el de ser-feliz a la par de creer firmemente en la religión de Juanga “Yo no nací para amar, nadie nació para mí”, llegué a eso encaminada por un solo amor, fue tan cabrón que terminé derrumbada en el lodo mirando al cielo. Sólo la canción de Juanga consiguió darme ánimos para continuar, claro que tuve otros amores, pero ni los recuerdo. El que me chingó fue ese: El-AMOR-DE-MI-VIDA.

Me enamoré de un patán adorable, en verdad, si ustedes lo conocieran les encantaría, es una rémora pero a mí me encantaba, con sus miserias y miedos, con todo y eso yo pensaba: sí, me la rifo, toda la vida con él. Claro que eso pensaba yo, porque estaba ciega y tonta; él pensaba (creo) que compartiendo el amor y la carne estaba de maravilla. 

Pero yo creo en la entrega-total y entonces, después de cuatro años de adicción y de un tratamiento en Oceánica versión sentimental, logré dejarlo. Quedé tan revolcada que a la primera señal de amor salgo corriendo a esconderme debajo de las piedras o en el fondo del mar.  Aún y con eso, a veces me da la nostalgia de amar a alguien (que no sea yo, mis amigos, mi familia o mi pez) y me siento sola. Pero no lo dejo avanzar, pongo la rola de Juanga y el alma me vuelve al cuerpo como por milagro.

No sé si alguién nació para mi, pero estoy segura de que yo sí nací para amar.

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