Crónica de un desayuno en Café la Habana un domingo de marzo.

Domingo. Centro área cinco. El ruido del agua cayendo durante un par de días me tiene mal. Por la noche los tapones para los oídos me dejan dormir, pero de no ser por ellos no imagino que sería de mi. Es un sonido constante de agua corriendo por las tuberías.
Los vecinos de arriba no sé que jodidos hacen que se la pasan en el agua. Pienso en ir a tocar y pedirles que dejen de tirar el agua, pero me dan miedo.

No confío en alguien que clausura la entrada de luz que llega por las ventanas.
Para que vives en un departamento con vista y balcón a la calle si vas a cubrir con una película negra los cristales?

Me dan miedo. Tal vez , ojalá, sean fotógrafos y tengan un cuarto oscuro y por eso tiren tanta agua cuando lavan las impresiones.

Tengo​ que salir de aquí por un rato. Vamos a darle que la vida es como el mole de olla y se enfría. Veo a Marilyn, es tan bonita, tiene más de un año que no la toco. Desde mi caída caminando quedé insegura de todo mi cuerpo. Pero Marilyn es fiel y aguarda a que yo tenga agallas para salir a rodar juntas por estas calles llenas​ ser hoyos, coladeras destapadas, y porquería y media. Vamos Marilyn, es domingo de ciclistas, vamos a qué te inflen las llantas gratis. Pum pum pum, hace Marilyn en las escaleras. Me cubro la cabeza con la cachucha de la sudadera negra. El sonido de la cadena de Marilyn me hace recordar. Me acallo.

Duras, así quedan las llantas. Al rededor de nosotras hay personas variopintas al igual que sus bicicletas. Pues vamos a darle Marilyn, sólo un poco, de aqui a Balderas y nos volvemos a casa,  tengo cosas que hacer.  Una pierna arriba, Marilyn en medio. Manos al volante. Up! Arriba... La cadena se acomoda en la estrella, comienza a correr como la mantequilla. Echo la cintura un poco a la derecha, Marilyn de inclina a la derecha. Es como si fuéramos una misma, pero mejorada, más ligera.

El camino desapareciendo debajo de nosotras es algo que me gusta. Quiero más camino para comer, más y más. No quiero gente, no quiero autos chingando, ni ciclistas estrellándose contra los conos que dividen el carril. Sólo queremos avanzar, dejar asfalto atrás. Vuelta en Balderas, como pluma. Bueno Marilyn podríamos ir a Café la Habana a desayunar. Movimiento de cintura a la derecha, flush. Me gusta esto.  Por qué lo había dejado?  Veo a un tipo en la banqueta y recuerdo cosas. Ya. Me acallo.      

Llegamos al La Habana. Jodido!. Las mesas exteriores están ocupadas  por señores, y señoras, dentro de ajustadas mallas cortas, cascos en la cabeza, guantes neon y sudor seco en la cara. Las bicis amontonadas a su lado. Ciclistas desayunando. No, solo vinieron al baño. No, sí desayunaron. Estan a reventar. Sentados en las sillas con el estómago botado y las piernas estiradas.

Marilyn y yo pasamos sin saludar. Con permiso. Aseguro a Marilyn a un poste metálico fuera del paso de la banqueta.  El mundo es de todos señores, y señoras, desparramados.

El maldito Café La Habana esta lleno. No debí venir tan tarde, son las once de la mañana. Nunca lo había visto tan lleno. Echo un ojo. Mesas libres al fondo.

Me desplazo entre las mesas. Superó la mesa de la familia enorme, la de la pareja de hombres, el cabello de uno es azul celeste. Me encanta. El otro trae una camisita cualquiera, pero lucen bien.

Uff, mesa con sujeto y sujeta. Él lleva bigote al estilo homenaje a Salvador Dalí. Su camisa tiene pajaritos estampados. Enseña el pelo en pecho. Ella trae un sombrero que es de invierno, es decir de lana, o poliéster tipo lana. De lejos no podría dar una opinión certera. Por allá las turistas gringas. Acá la pareja madura. Ella pelo rubio, pequeña y flaquisima. Él. No se qué decir, pero cuando se rie noto que le faltan dos dientes. Por aquí un artista visual joven, que conozco de no se donde, plática con chica. Ella parece emocionada, él parece estar en una cita obligada de negocios. Tal vez ella tiene buenas relaciones y él necesita de ellas.

Por fin! Parroquianos.  Me siento por ahí para poder echarle un ojo a Marilyn.

La mesera llega y me sonríe. Soy débil ante las sonrisas de gente que tiene que soportar a más gente. Hola! Buenos días! Me voy a sentar por aquí. Eh, voy a querer un americano y el paquete número once. Paquete once a las once. Capicua universal. Pide un deseo. Muy bien, de naranja el jugo?. De naranja esta bien. Sin popote por favor, se les meten a las tortugas en la nariz. No sabía. Si, es terrible. Sin popote. Por favor.

Le echo un ojo a Marylin. Ahí está. Debí traer un libro, pero no tenía pensado venir. Ni modo. Le echo otro ojo a Marylin. El de el bigote a la Dalí me mira. Piensa que lo veo a él. No es así, esta exactamente en la ventana que da a donde esta Marilyn. Qué hacen ellos aquí? Por qué desayunan en este lugar?  La señora flaquisima levanta la mano. Uy, ademán déspota. La miro con detenimiento. Cuando alza la mano esta tan altanera que hasta se eleva de la silla. Su pareja la ignora. Lee un libro. La rubia es morena. Tiene como cuarenta pero parece de cincuenta. Los meseros la ignoran. Se enoja más. Me divierte. Llega mi mesera. Paquete once, jugo sin popote y melón picado. Me cae mal el melón, te voy a quedar mal. Te lo cambio por un pan. Bueno. Quieres​ una banderilla?. Sí.  Hoy está muy lleno no? Sí, hace rato que los domingos se pone así. Ya. Bueno te traigo el pan. Sonrisota. Sonrisota. 

La güera flaquita está enojadisima. En plan diva se para de la mesa, su pareja no la mira, toma la taza de café de él, y se encamina a la barra. Avienta el café y dice que está frío. Los meseros no se inmutan.  Ofrecen cambiarlo, ella no les contesta, gira sobre sus botas negras de cuero y camina hacia su mesa como si estuviera en pasarela. Su pareja no la mira. Lee. Me divierte. Como. Echo ojeada a Marilyn. 

La chica del sombrero de lana pide la cuenta. El del bigote a la Dalí piensa que lo sigo viendo. No. Un niño corretea cerca, cuando pasa lo saludo. Qué onda? Qué haces? . Coler, mira. Sí, es la calle. Y pum se encamina a la ventana. Me gusta saludar a los niños. Bocado grande a la enchilada verde. Puff el de enfrente está comiendo algo que se derrama de su platote. Me fijo bien. Hotcakes con jamón, huevo estrellado y tocino. Mi sorpresa sale : qué platote!  Él lo escucha, parece estar orgulloso. Otro ojo a Marylin.

No!. Nicolás Álvaro  entrando al  Café La Habana!

Me paro y me voy? Me caga este tipo. Viene con dos adolescentes que deben ser sus familiares, los tres tren cara de "todo huele mal".  Comienzo a enojarme. Pero me regaño a mi misma. Calma. La diversidad enriquece. Aunque sea Nicolás Álvaro. Es una persona culta, pero de los que la usan como arma elitista. Gran problema. Además no le gusta Juanga. Ojalá pusieran Así fue. Me río sola.

Acabó el desayuno, pido la cuenta . Mi mesera me sonríe nuevamente. Sonrió nuevamente. Oye, no escuchas ese sonido de agua cayendo?  No, a ver deja pongo atención... Ay creo que si... Que raro. Yo llevo días escuchadolo, pensé que era mi casa. No, también yo lo escucho. Que raro!  Muy raro. Bueno, muchas gracias. Adiós ten buen domingo. Igualmente, que te sea leve. Ella se rie.

Pago, vuelvo a comentar lo de el exceso de gente a esta hora. Cuando me dan el cambio me regreso a dejar la propina. Sonrisa , sonrisa.

Descubro miradas. Ey déjenme! Yo traigo una sudadera negra, nada de cabello de color, ni sombreros, ni bigotes, ni mallas deportivas. Nada. No me miren. Me visto para no ser visita, sino para ver.

Desato a Marilyn. Estuvo bien Marilyn, pero debemos venir más temprano. Nos arrancamos. Un alto. Junto a nosotras pasa un recuerdo como rayo. No alcanzo a retener algo de él. Me acallo. No. En medio de la avenida escucho otra vez agua cayendo.  Marilyn, algo no anda bien. Pedalea. Marilyn rueda, el viento cortado, comemos camino. Todo se acalla.

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