Me agarraron

Soy un pájaro, no es cierto, no lo soy. Soy una persona del género femenino, una adulta de 34 años de edad, con obesidad y la quijada desviada por un derechazo del pasado. Las rodillas se me doblan un poco para atrás y me duelen, al igual que la lumbar. Si me peino me duele la cabeza. Uso el cabello corto de un lado y largo del otro por convicción, por algo que nadie entiende cuando me mira. Quisiera ser un pájaro azul, pero no de esos chiquitos, sino uno dos veces mi tamaño, un pájaro con plumas vaporosas en azul y verde tornasol, con patas moradas, una cresta magenta y amarilla que toque el sol sin quemarse. Por favor lea esto de un solo jalón, quiero que lo lea como lo pienso: con prisa. El asunto es que hoy me atraparon. Caminaba por avenida Reforma, caminaba en modo pájaro. Caminaba como si fuera un pájaro de tres metros y 20 centímetros de alto, de 135 kilos de peso, con un paraguas gigante cubriéndome de la lluvia y unas botas color cereza. Nadie sabía que yo estaba en modo pájaro. Entonces yo me reía de la situación, pensaba mil cosas sin sentido, cosas de dimensiones, cosas de portales que se cruzan. Pensaba en lo de las constelaciones y las estrellas. Todo iba bien, pero llegué a un puente, y en un segundo me volví persona sin planearlo. Fue porque me acordé de una vez que también estaba caminando en modo pájaro y había alguien junto a mi con quien hablaba. Hasta hoy en el puente me di cuenta de que ese alguien de aquella vez, iba junto a mi caminando y hablando, y yo no había dejado de ser pájaro como normalmente sucede cuando alguien va conmigo. Yo soy pájaro solo cuando voy sola, pero aquella vez era pájaro junto a aquella persona, y le hablaba en pájaro, lo tocaba con mis alas. ¡cargaba una de sus bolsas con una de mis alas! ¡Lo abracé con mis plumas! ¡brinqué un charco y le sonreí con mi pico! Todo eso sin convertirme, y hasta hoy, meses después, lejos de esa persona, me di cuenta de todo eso. ¡Dios! Un mareo me detuvo, el asco corría por mi garganta, subí mis manos hacia la boca, y arrojé sobre ellas una especie de huevo, muy pequeño, muy rojo. No podía creerlo. Fue entonces que pasó, no sentí mucho, solo un aire sobre el rostro y las luces ahogando mis ojos. Me agarraron. Acá dicen que tuve suerte, yo no sabría decirles, sigo pasmada. Nadie sabe darme razón alguna sobre el paradero del  pequeño huevo rojo, creo que lo perdí. Acá me ven raro. Supongo que no es muy normal ver a una gigante adulta de 34 años con obesidad, sonriendo, y con los huesos rotos, que vomita sangre y plumas mientras se busca el pedazo de cabeza que se le perdió.
 
 

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