Escalas de Grises

El último contacto humano visual y físico que tuve ayer fue entre las 18:30 y 19:00 horas, tal vez duró unos 20 minutos, pudo durar menos o más.  Una tisana tarda en infusionar tres minutos en agua a punto de ebullición, si a eso le sumámonos tiempos y movimientos humanos, torpezas, peticiones impacientes o miradas que no dicen nada más que un te estoy mirando.

Esperar el té debió llevarme solo diez minutos, pero hubo diez minutos, más o menos, escondidos dentro de los otros diez, que pasamos hablando sobre la espuma de chocolate, la mala actitud de Javier que cada día está más sobre ti.

Tal vez pasé dos minutos cambiándo por vuelto ese billete tuyo de 200 pesos, tres minutos en tu sonrisa, cuatro o cinco hablando sobre el tatuaje de olas con timón trabajado en finísimo juego de tonos grises que te hizo tu tío, “Tienes el poder de crear tu propio mundo”, frase obvia, pero conocimiento tan ignorado por todos.

Estábamos con la historia sobre el nombre de tus dos abuelos cuando Javier te gritó solicitando un cambio. Ambos lo miramos con la ceja levantada. Traidor,  pensé yo, y te defendí estoicamente: Javier me das una orejita para llevar por fa; La flecha en la diana, desarmé a Javier, quien se refugió en una sonrisa tímida y una broma. Me preguntó de quien de los tres quería la orejita, de Poncho, Iván o de él. Yo que te tengo bien medido, dije: la que esté más grande para que me convenga; Volteaste sonriendo y con tu acento Cantábrico dijiste: Vale, que la oreja más grande la tengo yo tómala. Punto para nosotros.

Escribo esto porque pienso que fue lo que detonó el extraño sueño, donde me saludabas de beso y yo temblaba en malos términos, casi convulsiva, pero tú me protegías de la convulsión con un abrazo a la par que nuestras bocas hablaban eso que bien pocos entienden.

Esta es una crónica donde no pasa nada, en ella hay mezclada realidad con ficción, no habla de enamoramiento, ni de nada en específico, es la vida cotidiana de un ojo común que decora los instantes.



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