Derby


Llevo 15 años sintiéndome incomoda. Dos veces incomoda. La humanidad, esa deforme criatura exiliada, esa que sabe que uno se muere, que te apretuja el corazón cuando despiden a tu compañero por considerarlo ineficiente, o porque no hace match con la cultura organizacional, con la institución. Esa humanidad llena de emociones, por ello considerada improductiva y poco eficiente,  esa  de la que nos avergonzamos y escondemos para no sentirnos débiles, para no necesitar al otro. Porque así es uno, un caballo de Troya con una humanidad dentro, y pica esa humanidad, exige atención, exige abrazar y ser abrazado, exige salir como toda verdad.

Luego, la otra incomodidad, la de ser un caballo de Troya obligado a ir y venir todos los días a una oficina, a una fábrica, a un despacho, donde se exige, se somete a estándares de productividad, de personalidad. Un lugar donde hay una guerra que debe ser peleada con correos, con índices de rendimiento, con porcentajes de venta, con sonrisas forzadas, con saludos cordiales que no se sienten.  Sobre todo una guerra que se pelea por otro, por dinero para otro. Un lugar donde te evalúan, te juzgan, te miden todo el tiempo. No tienes nombre, sino un número de serie. Vales por cuánto de tu vida dejas para producir ganancias. La incomodidad de una violencia pasiva, de gestos, de rechazos silenciosos. Doble, triple incomodidad si eres mujer, la única sentada en una mesa de caoba, o de plástico, junto a diez cabrones, y debes de sonreír, y al mismo tiempo con amabilidad dejar claro que mereces estar ahí y que no servirás el café.

Caballo de Troya con un uniforme de moralidad y comunicación asertiva. Aunque se esté uno quemando por dentro, aunque estés vivo. Somos un Caballo de Troya inscrito en un lodoso Derby, competencia interminable, infinita, de la que no saldremos vivos, moriremos jalando bocanadas de aire tratando de llegar a la meta.

Pero los caballos, también los de Troya, son seres salvajes, pueden sacudirse al jinete, zafarse los frenos, girar la cabeza, mirar a otro lado y abandonar la competencia que nos suya. Saltar, correr, llegar a otros pastos, decorar atardeceres, hallar cosas importantes como una manada, ríos que cruzar, aire que cortar. Galopar campos donde no hay metas, porque los caballos, salvajes, siempre saltan las cerca.

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