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Rino y yo

Una alfombra de cemento gris salpicada de violeta resiste el peso de una ciudad que arde, el mundo arde, el cielo no muestra esperanza, mucho menos el aire, ni siquiera se si hay aire, no siento que algo sano entre por mi nariz, estoy sofocada. Un rinoceronte negro invisible me persigue, me acosa constante, me avienta y resopla en la cara su magnitud y poder, pero no me aplasta, es una tortura silenciosa que nadie mas puede compartir, nadie puede ayudarme a salir de esta persecución, por que nadie la puede ver y mucho menos sospechar. Así camino por la plaza atorada en medio del mundo atascado, inmenso de ruidos, del pesado flujo de la humanidad.  La plaza es una especie de barca de la que asirse cuando todo se viene encima, pero no me salva del resoplido del rinoceronte gigante; y yo quiero querer al Rino, porque se que tal vez es el último, creo que por eso está tan enojado. No, no está enojado, ha perdido la razón, le ha explotado la razón ante tanta soledad rinoceronte, ante tanto

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